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GEOGRAFÍA FÍSICA

(1986)

Diseño:
Manuel Sierra

 

A Álvaro

Hacer la obra: dolorosamente
destilar la memoria o el deseo.

CONSEJOS PARA HUIR

Abrir una ventana ¡Qué aventura!
Apropiarse del cielo, del espacio,
de la vecina muda y descuidada,
entregarse a lo inmenso como un ave,
como un ángel sin dios, desesperadamente.
Nada que se te oponga, el aire cómplice,
la nube que enamora, el tiempo detenido,
el sol tendiéndote los brazos,
y una voz misteriosa que te grita: ¡Adelante!

Pero abrir una puerta es quizá más difícil;
es preciso indagar quién hay al otro lado,
controlar sus latidos, adivinar su rostro, medir sus intenciones,
hablarle quedamente, engañarlo tal vez.
Y meditada al fin la conveniencia del acto aperitivo,
abrir como si nada.

Despojarse de la memoria
otro acto imprescindible.
Decídase por dónde ha de sacársela,
elija con cuidado el instrumento
y extráigala completa –sobre todo
que no queden recuerdos dispersos por el suelo,
que luego huelen mal cuando se pudren-.

También romper los muros,
incendiar las palabras, purificar las naves,
derribar los silencios que amenazan armados,
desnudarse el deseo a manotazos
y proclamarse eterno sin ninguna vergüenza.

No hay más remedio: el miedo
debes asesinarlo con exacto cuidado;
apuñálalo con leve movimiento,
con extrema dulzura, con amor.

DE LA MEMORIA Y EL PAISAJE

No pasa nada, todo
ocurre y permanece.

Los paisajes se mueren en los ojos
y el corazón los guarda, inmóviles trofeos
clavados
en la pared borrosa del recuerdo,
como una tarjeta postal
que el tiempo, compasivo, nos envía.

Río infantil de piedras y de musgos
sombreado de sauces y avellanos,
túnel secreto por donde transita
esa niñez anfibia de crustáceos
y pájaros, fluvial y fugitiva.
Pies descalzos y el agua, único espejo
que guarda en su memoria fluyente mi mirada.

El íntimo ciruelo,
confidencial y amigo,
los nogales inmensos,
las olmas de la plaza
-sabias, viejas, heridas-.
Secretos avellanos
del río. Chopos castos,
inaccesibles. Era
fácil soñarse pájaro.
Qué lejos ya los árboles aquellos.

La iglesia, tan románica,
escucha las tremendas enseñanzas
de bíblicos diluvios, paraísos perdidos para la eternidad,
infernales infiernos, donde los pecadores
-bien merecidamente, sin dudarlo-
padecen los castigos implacables
que detalla, con hábil manejo del oficio,
el cura, veterano del verbo y de la voz,
narrador contumaz y persuasivo
de relieves, retablos, capiteles o láminas piadosas.
Y el niño, boquiabierto, se desbasta las uñas,
se escarba la nariz, tiembla y se sabe
malvado por pensar, culpable, réprobo.

Al ocultarse el sol, la era enmudecía poco a poco.
Se aquietaban los bieldos, que fatigan el aire,
las yuntas desfilaban camino de la cuadra, del pienso merecido,
y el empedrado trillo quedaba en pie, cual mudo centinela de la parva.
los hombres recogían sus aperos y botas, tras el último trago de vino caluroso,
regresaban alegres, presintiendo el descanso de la cena y el sueño.
Cálida y lentamente, la noche del agosto iba desparramándose.
La era solitaria se hacía lugar íntimo,
plenitud de refugios para el adolescente secreto del amor
y frágiles susurros de grillos y de espigas.
En tu pelo, trigal incendiario y fragante,
en tu cuerpo, pan tierno, grano de nueva trilla,
extraía la boca aromas y sabores, extremadas dulzuras.
Y más tarde, la luna, redonda y sonriente,
nos iba desvelando la noche y su misterio, sus bultos, sus sonidos,
asomada a jirones detrás de las hacinas amorosas.

Bajan los rebaños.
Invasión de esquilas el ocaso.
Por cada calleja
asoma un balido.
Tardes de otoño llenas de corderos.

Asomada a la nieve
surge la carretera.
Arde el aire, las notas escondidas
se encaraman, azules, a los ojos.
Se aproxima el silencio
con lentitud, cayendo como sombra.
Nada conduce a nada, los inviernos
presagian más inviernos
iguales a sí mismos.
Una palabra duerme entre los labios
que sólo besan vientos y miradas.
Lugar donde los sueños se han dormido.

Han llegado en la noche como búhos
y han abierto las puertas de goznes chirriantes,
han encendido cirios y candelas,
han alzado los lechos y pronuncian
palabras misteriosas.
Huyen quizás, tal vez se van buscando
en la soledad honda de la tierra que son.
Nada sabemos, ellos golpean sus tambores
y cantan tristes salmos cansados y remotos.
Tiemblan las calles, mudos
testigos del retorno, cotidiano prodigio
en la memoria fría del pueblo abandonado.

Hubo un tiempo, feliz seguramente,
en que el vino llegaba sobre mulas o asnos
y el pellejo se abría con sonora promesa
sobre el jarro. La noche era canción
-roncas las voces de los hombres-
y en la oscura taberna
sólo brillaban ojos y porrones.

Niña improbable, que tras la ventana
inventaron mis pasos al azar de esa calle.
(Siempre el regreso, sin saber de dónde,
adónde, para qué -lo obligatorio-).
Niña nunca total, adivinada
divinidad, precisión imprecisa de los sueños sin sueño.
Qué inocencia los ojos alejándose,
deshojándose en impenetrables citas de visillos.

Sobre el ruido se alzaba el pensamiento vespertino
-sentados en el pretil del puente,
la invención fijada en nubes que eran caballos,
tórtolas, mentiras blandas y rojas-.
No obstante, parecíamos amarnos y
el ritmo de rock contagiaba el polvo,
el cielo, las esperanzas. Antes de
que se hiciera oscuro y empezaran
las unísonas transgresiones de la moral,
los asaltos a la prohibición de la carne
(el pecar dudoso y siempre insuficiente),
besarte en el perfil y recorrerte
zonas erógenas aprendidas –qué terrible experiencia la que nunca tuvimos-
en descriptivos
tratados. Antes de
seguir andando, de simular
que nada ocurría, que las mismas nubes
nos esperaban detrás de la luna recién aparecida
para dejarse convertir en fábulas,
para arreglarnos la monotonía de otras tardes
adolescentes y amorosas.

Cómplices de las sombras
éramos –amantes en precario-.
Lechos inciertos los bancos de los parques
y el urgente deseo asaltando tu piel
(separar invasiones de caricias
qué difícil –la mano siempre torpe-).

Nos amábamos siempre periféricamente.
Lugar: afueras poco frecuentadas
-sigilo necesario-.
Modo: la piel cercada de prejuicios
(muralla inexpugnable).

Era bello besarte las rodillas,
ascenderte los muslos, treparte,
incendiarte la piel con fervor luminoso,
superar los encajes, las telas delicadas,
avanzar quedamente conquistándote todo,
y sepultar mi lengua, ya inútil la palabra,
en el gozoso texto de tu vulva exquisita.
El jugo de tu amor me llenaba la boca de secretos
y a cada nuevo encuentro el mundo era más ancho.

I

Largo sueño de mar era la tarde
y partimos, navegantes inmóviles y locos,
tras el sol, cántico derramado
más allá de los límites difusos de lo eterno,
emborrachando
de luz mis ojos, de calor tu imagen.
ardiste y te leí,
descifré con mi mano los signos anhelantes de tu carne
-leyenda abierta de tu piel en llamas-.
Y tú, orilla soleada y sedienta,
bebías la marea de mi cuerpo salino
con dulce boca en flor, con suave miedo.

II

Atardeció a traición y naufragamos.
Un tumulto de noches galopaba en tu frente,
por tus ojos, heridos de oscuridad furiosa,
se adentraba, crecía entre tus manos,
inundaba tu cuerpo de aristas y temblores
y los besos sabían a escarcha y a esqueleto.
Invitación al viaje,
aquel ruido de trenes incesantes quebraba
ese silencio frágil que es, a veces, amar.
Elegiste la ruta: regresábamos.
Clamor de luces, la ciudad se abría.

III

Sólo quedan de aquella
alta ocasión tu nombre,
pálido escalofrío de mis labios,
y un borrón de memoria sin orillas
confuso entre las nubes de otoño moribundo.
El recuerdo nos hace perfectamente humanos,
es decir, infelices.

Luis Cernuda

"No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos."

Hay hombres por cuya voz navegan a veces las ciudades
rotas, quizá incompletas, a medias seducibles,
eterna, odiosamente misteriosas,
estelas o banderas, signos o reflejos inertes
de la totalidad que nadie sabe
y que busca la boca tendida con anhelo sobre el frío,
sobre la muerte buena que nos calma la eterna sed, la bárbara existencia.

Y la ciudad se abre
en canal. Como sangre
derrama su tristeza en forma de mujeres de hombres, de niños, de poetas.

No obstante, las calles
descubren sus entrañas de tierra y estremecen
algún lejano mito geológico
en los ojos heridos de búsquedas urbanas.
¿Y para qué seguir buscando horas desconocidas
detrás de los escaparates?

No culpéis a Granada.
Soy yo quien tiene sed
y son míos las sangres y los ojos
y vuestras las palabras.
-La ciudad, complaciente, nos soporta-.

 

Federico G. Lorca

"No duerme nadie",

nadie
porque la ciudad es día eterno y lúgubre,
día de cadáveres que doblan las esquinas,
que adquieren entradas en los cinematógrafos,
que hacen el amor –así lo llaman-
bajo las tazas de chocolate o en sórdidas cavernas
de papel pintado. Y nadie duerme,
pues al que duerme la funesta mentira lo desdeña
y no estará llamado al festín, al banquete
voraz de las alcantarillas y los hipermercados.
La ciudad se entretiene balanceándose en la espesura
de humos y aguaceros. Pero no duerme nadie.
Ya los ojos han olvidado el sueño y también la mirada
y todos ven lo mismo: un hondo pozo
de luces y de brillos desgastados y absortos
en la pantalla incongruente y loca
de un vídeo fatal que algunos –de memoria imperfecta-
confunden con el cielo.

Moisés Mori

"Alpujarras, jarras;
árida desocupación"

(Apunte del natural)

La sombra borra los barrancos; mira
la sombra que derrite las montañas,
te crece, te enloquece. Tú te bañas
en su frío profundo, lenta pira
fugitiva del sol tras las cabañas,
amor del viento. Lo visual se estira
en táctil, lejos. Tu presencia vira,
rodea huellas pálidas, extrañas,
que persigues, asedias, apresuras,
hieres y sus heridas, amapolas,
caen, lluvia de pétalos redondos.
Y tú te precipitas en los hondos
deseos de la tierra, que son olas
llenas de tus desiertas espesuras.

VALPEÑOSO

La ermita se distancia entre robles y peñas.
Por lo alto
sólo los buitres llegan
y la luz se estremece por los caminos fríos
de la tarde. Los rebaños
lejanamente testimonian vida.

NOCTURNO EN SAN PEDRO DE ARLANZA

Mínimo, el horizonte retiene entre sus límites
la lentitud mortal de un remanso infinito.
Tiempo preso, pretérito perfecto
quebrado en el recuerdo de la piedra,
herencia material de ruidos transparentes,
silencios temerosos
de tanta destrucción tendida en las veredas
por donde ahora sólo
pastores y ganados peregrinan.
Perro guardián inútil, la ermita domina las alturas;
nada vigila ya, nada defiende,
claudicante contempla, triste lame,
cubre con su piadoso precipicio
las intensas heridas en pilares, arquivoltas y muros
-bóvedas que restauran el deseo y el aire-
y detiene la luna asomada a ese pozo
de abandonos y olvidos,
solar atormentado de ruinas pertinaces.
Únicamente quedan
el besar incesante del río, fresca sangre de nieves y de pinos,
y los viejos enebros,
larga su sombra, que perpetuamente
dilata la dormida quietud de las laderas
-mudez inmensa de lo solitario-.
Huye la luna, el círculo se cierra y en lo alto
muere el sendero a solas con el risco.

Y la noche produce su infinito milagro:
bóvedas y pilares, esplendores y muros
que reconstruye el sueño y el conjuro devuelve
a presencia y altura
en el fervor del agua que les dio nacimiento
cuando el hoy era vida y el futuro esperanza.
La memoria tenaz, mágico artífice,
cubre el lecho fatal, levanta el escenario
por el que lentas procesiones de monjes persistentes caminan.

DEL AMOR

ESPEJO (S) I

Octavio Paz

"como si yo y mi doble fuesen uno"

tu nombre
imagen de mi voz
te identifica entre lo oscuro tiembla
contra el muro mortal de la memoria
donde te has detenido a contemplar el filo de la duda
sólida llama inmóvil que te habita
y tú te petrificas
con avidez de gata abrazas el misterio
carnal de las palabras
desdeñando la luz y sus cadáveres
penetras en lo oscuro ardientemente
como si tus pupilas hubieran decidido buscarte por túneles inciertos
y la noche te abraza, te desea, te rapta
te repta por la piel y te posee con ansia desmedida hasta que se consume
la muerte se desnuda entre tus pechos desanuda tus pechos
idénticos a frases
metalenguaje de tu cuerpo en sed
te intento al enunciarte no te creo

ESPEJO (S) II

yo
eco de ti
pronuncio el caos violento la sangre que ultrajada
resume la distancia inexistente
los bordes imprecisos de la ausencia
inexpresable
vago en persecución de los espejos
allá por donde el aire se hace sueño
desde la transparencia
el desorden me mira
la luminosa nada que destilan mis ojos
desde donde regreso de la rabia por algún laberinto indescifrado
de mi cuerpo adelante
y el silencio
ardiendo en el vacío
rompe contra mis huesos y proclama su gloria y sus dominios
imprevisibles como eternidades
luchando con la guerra del verbo y de la carne
¿mi nombre?

Octavio Paz

"soy la sombra que arrojan mis palabras"

Calladamente huyes,
frágilmente
te precipitas en húmedos misterios.
Amor, el aire es vuelo,
la palabra espesura que nos vela.

Tu cuerpo sabe a mora o aceituna,
a misteriosa sed, a primavera,
a miel, a soledad y a la primera
luz que prolonga el sol sobre la luna.
Tu cuerpo sabe a boca, a flor, a cuna,
a sándalo, a paloma mensajera,
a silencio, a presencia, a enredadera,
a playa enamorada, a mar, a duna,
a tierra simplemente o a tristeza
sabe tu cuerpo a veces o a la vida,
sin más, también así, y así me basta.
Tu cuerpo que se extiende y crece y hasta
sabe como mi cuerpo y me convida
a amarme yo. Donde el amor empieza.

Tu cuerpo donde me hundo en busca del misterio
es todos los deseos que poseí algún día,
es todos los encuentros esperados: tu carne,
tu carne que me acoge como una identidad indescifrable
donde me reconozco al fin, eternizado el tacto.
Tu cuerpo es una calle donde muere la duda
y nace la certeza de que la vida puede,
múltiple, reflexiva, transmitirse, mirarse,
hacerse vida eterna en el amor que fluye.

Tu cuerpo se abre como si paloma
o libro o pentagrama
y penetrarte es música, poema,
alta caza de abismos siempre otros.

Fluyes en mí, mujer, sólidamente,
y me anego de ti, mar amoroso,
te contengo y te lleno, me rebosas.
Nada más infinito que tu cuerpo.

Acecho el roce de tu cuerpo, salto
como la llama, amor, y te consumo.
¡Qué destrucción quererte!

Como una voz quebrada en dos mitades,
entrar en ti, como una luz suicida,
como una fe fugaz y estremecida,
ser en ti, manantial de eternidades.
Abrirme a ti, que aumentas y me invades
y me llevas cautivo en tu crecida.
Abrirme a ti como una sombra herida
por el furor de tantas soledades.
Entrar en ti como una sed furtiva,
vaivén de mar tu brazo que me apresa
y me lleva y me trae de parte a parte.
Entrar, ser tú, vivirte a la deriva,
extensos tu delirio y tu sorpresa.
Navegación sin límites: amarte.

Altas peñas, orillas temblorosas
del mar profundo y misterioso y vago,
olas de luz, silencios. Aquí yago,
al azar de los besos o las rosas.
Mudos acantilados, deseosas
playas amanecidas; lento lago
bebe mi sed y soy eterno trago,
uno con los olores y las cosas.
Abismo en el que caigo y me acumulo,
profundidad amada, dulce lumbre
de caricias o signos, tierra firme
u oleaje de cerros, simas, cumbre
febril, alada sombra donde anulo
la muerte y el deseo de extinguirme.

Suave el cantil. La mar alta
de espumas. Crecida de la noche
en el sigilo
del tacto. Marea entregada
al sueño de tu vientre. Náufrago
feliz
varado en el secreto golfo que me desvelas.

Luis de Góngora

"La dulce boca que a gustar convida"

Libo con boca oscura
la sensitiva perla
salina, que convoca
breve licor o delicada lumbre,
amanecer levísimo
sobre la noche cálida de tu amoroso enclave,
cala feliz nacida para el beso.
Venerada venera,
vaso donde, bebiéndote, te vivo,
cárcel amable de mi lengua,
en que, voraz, de espaldas a la noche,
descubro la evidencia secreta de tu carne.
El silencio susurra
la suave reunión de miembros inconstantes,
y te siento acogerme, ser conmigo
ávida sed que sacias ya, que sacia
arma carnal que, blancos, precipita
pacíficos disparos en tu boca.

Ahora, cuando ya la urgencia
del amor se detiene y mi tacto ya calcula
las curvas de nivel que alzan tus pechos,
mi mirada recrean
las lomas de tus nalgas,
el ardido y feliz paisaje de tu risa,
la cálida llanura cuyo centro es memoria del origen,
el jardín que tus muslos abrigan confluyentes,
aún destilando diminutas señas
del amoroso oficio que nos ha celebrado,
el brillante misterio, ya en repliegue,
gruta frutal o dulce precipicio
donde yo desemboco.
y se cierran mis ojos y con ellos el mapa de tu geografía,
para volver mañana
-libre ya del agravio metafórico-
a explorar otra vez, como si fueras
tierra recién hallada, país desconocido.

DEL DESIERTO

El desierto
se sueña mar a veces,
se viste de oleajes y tormentas,
devora algunos náufragos
y mira presumido a las estrellas.

Arde el sol a lo lejos, crece, se multiplica
en mil soles iguales por todos los costados
del círculo impreciso, llamas sedientas,
lumbres que consumen los extremos
de toda extensión constatable,
reduciendo lo inmenso, lo ignorado, lo temido,
devorando lo plano. Única dimensión.
Desierto vertical el espacio infinito.

ESPEJISMO I

Te quiero inevitable como el tiempo:
tu voz, la brisa que me llama y bebe
el fuego de mi piel cansada de caminos;
tus pasos, murmullo del silencio que me cubre;
tu aliento que murmura sombras adolescentes.
¡Verte crecer delante de mi tacto!
El verde amanecer de tus rodillas,
el alimento de tus pechos dulces
y tu pubis, promesa de mi sed.
Húmedo amor, tu cuerpo,
oasis imposible.

ESPEJISMO II

No otro que tú mismo
te ve. Nada más ves
que tu presencia unánime
con tu ser te inventa
de tan enamorado.
Exactitud: tus ojos
mirándote a los ojos.

EL ESTILITA

Vienen, gritan, me imploran o me ofenden,
besan mi pedestal o depositan exvotos y regalos,
se me ofrecen también, lascivas, las muchachas,
y los pájaros llegan, se posan amorosos en mi mano
o defecan -cabrones- en mí desde la altura.
Se burlan unos, maravillo a otros, pero todos
envidian mi lugar, desearían
arrebatarme el sitio que ocupo y que me ocupa
-Oh, feliz soledad, qué saben ellos-.
Yo, sobre mi columna, me resumo a mí mismo
y mi desierto crece, se expande, se eterniza.

Ilimitada soledad, el desierto se funde
con el cielo a lo lejos
en fatigosa mezcla. Nada existe
que no sea círculo, extrema su extensión innumerable.
Quietud desoladora todo lo abarca.
Y sobre esta infinita persistencia del eterno silencio enloquecido,
la esfinge corre, sola, buscando quien la escuche,
desaforadamente persiguiéndose.

Viajero: tu tristeza deja tras de los muros
del hogar que abandonas. Apresúrate,
elige rumbo, embarca
en el navío blanco cuyas velas son olas
y cuyo casco fulge cuando sale la luna.

Viajero: tus pasos te persiguen;
toda huida es inútil.
Sólo el navío fantasma espera
en su puerto de arena
viento a favor, palabras navegables.

CUATRO POEMAS ELEMENTALES

(Para Miguel Casado).

CANCIÓN

Luz elevada a son,
perfil azul del eco
-vuelo distante, voz eternizada-.

HUERTO

Todo brota. Lo interno
goza, se multiplica
idéntico a su imagen.
Cuerpo secreto amaneciendo vida,
la semilla, resumen
de todo lo prodigio.

CASCADA

Cántico en espiral,
la densa transparencia
de espacio fugitivo,
como la espera, fluye.

HOGUERA

El movimiento sueña
danzas en el cristal.
Sonoro claroscuro,
sombras en pie,
solemne evanescencia
lo evidente. La piel,
ebria de noche, canta.

CUATRO ESTACIONES

(Homenaje a Jorge Guillén)

VERANO

Exaltación azul del mediodía
refulge en esplendor. La luz en punto.
Todo redondo. El universo junto
arde, lumbre elevada a melodía.
Gala alada de son en alto, pía
el ave –qué quietud de contrapunto-.
Cima del sueño en espiral, conjunto
abierto al paso eterno, todo vía.
Vuelo inmóvil del aire, se desliza
cálidamente el cielo hacia el vacío
en plenitud. Destella el amarillo
de trigo, sol de pan vibrando. Iza
más allá de la vista, el extravío
a perfección el éxtasis del brillo.

PRIMAVERA

Piel fluvial, navegada de palomas
en flor, de amaneceres, de felices
efluvios triunfadores, de matices
irrepetiblemente alegres. Tomas
tu libación elemental. Te asomas
al borde de los pájaros y dices:
verde resurrección total. Raíces
buscan el interior de los aromas
ilimitados. Bocas en deseo
aspiran la lujuria, el juego ameno
de los caleidoscopios, la caricia
embriagante del agua en apogeo
de desnudez gozosa. Idilio pleno
del tiempo penetrando a la delicia.

OTOÑO

Momento de ceniza. Gris camina
lenta la tarde hacia el puñal. En hora
la muerte está y en el silencio llora
una momia de luz contra la esquina
del espacio monótono. Declina
el corazón y la nostalgia explora
la entraña de la sombra. Se desflora
un cadáver antiguo, disemina
lúgubre carne frígida y fecunda
por los ámbitos húmedos del sueño
mutilado. Carencia de ventanas.
Y nada es del olvido, pero inunda
todo el olvido. Desigual empeño
de eternizar las hojas y las canas.

INVIERNO

Brilla fugaz la blanca incandescencia
fría. Su muchedumbre se derrama
lánguidamente. El horizonte llama
a la tarde imprecisa, a la presencia
imprevisible, casi somnolencia
sutil. Es el instante en que se ama
un cadáver de luz. La voz reclama
su lugar en la piel. De la inocencia
penden alarmas líricas. Las horas
se superponen al reloj, exigen
signos, espumas, niegan la evidencia
angelical, perfecta. Tentadoras
nubes aladas velan el origen
de una nítida, exacta inexistencia.