inicio
portada

PROYECTO DE NOSTALGIA

(1991)

Ilustraciones de
Francisco Aliseda

 

A la memoria de mi padre,
que me enseñó a escribir.

1968

Aquellos padres nuestros que nunca se besaban
por no dar mal ejemplo
nos miraban crecer
caminando hacia Dios por rutas imperiales
- un pasado glorioso y un futuro perfecto -.
Pero algo no iba bien: a veces, padre,
ganador de una guerra,
mostraba aquella rabia pequeñita
que era como un afán de emprenderla de nuevo
pero en el otro bando.
Y nos fue imprescindible
aprender a citar algunos nombres:
pan, libertad, trabajo…
amor, desasosiego…
y acabar escribiendo del deseo
-única propiedad del ser humano-.

Y navegar las noches temblorosas
hacia Itacas de niebla
en busca de Penélopes que no nos esperaban,
alargando los viajes,
por si la madrugada era propicia
a algún súbito amor de última hora.
No aprendimos a amar,
nuestras dudas crecieron tanto como nosotros,
y así, sin darnos cuenta,
la juventud que nos volvió nostalgia.

La poesía era un arma cargada de futuro.
Nuestros versos flamígeros
-también un poquitín marxistas-leninista-
asaltaban las tapias de colegios de monjas
-tan altas, ay, tan altas-.
Francamente, pecar era difícil.

Y la revolución se nos fue haciendo vieja.
Hubo, seguramente, que pagar ese precio
de amores fracasados sin comienzo,
de pequeñas traiciones contra nosotros mismos,
para llegar a ser adultos, razonables,
también algo insensibles. La vida lo exigía.
Es hora ya de confesar que entonces
casi fuimos felices.

Eran años de próspero optimismo.
Bebíamos el vino sin reparar en gastos ni en cogorzas.
Algún cura sobón nos descubría
nuestra piel con su tacto de tabaco rubio.
La lujuria crecía por anchos horizontes
llenos de piernas –bendita minifalda-.
Íbamos a guateques, con no poca sorpresa
comprobábamos
lo blando que era el cuerpo
y por la noche
las camas eran rechinar de muelles,
a pesar del sigilo con que nos consolábamos.
Se hacía inevitable dejar de confesar.

También había un tío en Alemania
-o puede ser que en Suiza-.
Conocía la existencia de sindicatos
que no eran los locales donde
ponían películas
de Juanita Reina.
Y Franco,
el dictador de la mirada triste
bajo la que creció nuestra tristeza
nos mandaba los grises tristes
que nos corrieran
para que nosotros no pensáramos
en corrernos solos
(y mucho menos acompañados).
No había más remedio: hubo que hacerse rojo.

Aquellas noches de sopa de sobre y huevo frito
combatíamos el silencio exterior
(Paco Ibáñez, Lluís Llach, José Larralde,
Atahualpa Yupanqui, nuestras voces
de hombres solos
hablando de política, de poesía o de sexo,
disimulando el miedo de escuchar un timbre intempestivo,
permanente amenaza).

Rocas en el corazón

(Para Patxi, que tantas veces
Nos condujo a buen puerto).

Hoy era ayer
aún cuando el regreso
por el amanecer. La luz
reciente
tras la noche abolida
por las copas, las coplas,
el viaje en el seiscientos
-vertiginoso, elástico, inconsciente-.
Había sido un pulpo
la ciudad
(tantos brazos saliendo hacia la noche
desconocida de las carreteras)
y era huir del silencio temido
hacia gasolineras o bares alejados
rebeldía empapada de ginebra.
Volver –acaso con la frente marchita-
era entrar en el sueño a contratiempo
de cierta imaginaria libertad.

BAILE, FIN DE CURSO (o de cuando,
todavía, bailábamos agarrados).

En el jardín, sus cuerpos
eran la música, la fiesta y el banquete.
Todas las rosas ardían como labios.
El baile era un abrazo,
los ceñía, total, una sola caricia.
El jardín eran ellos.

Borracho de tus ojos, avancé hacia tu boca.
Crucifiqué palabras para poder besarte
y la pálida forma indecisa de tus pechos
apresé con mis manos –temblorosas, supongo-.
Abrí tu falda azul como si fuera un libro
y el jardín adorable de tus muslos dorados sonreía.
(Era el sesenta y ocho y tú ibas a las monjas.
Intentar algo más hubiera sido un crimen).

Me asaltaste en la calle
y eras tan joven
que me gasté contigo aquellas mil pesetas
cuyo previsto empleo era ampliar
mi pequeña cultura literaria
y me quedé sin libros de poesía.
Crujido tras crujido, subimos escaleras
y al calor de una estufa de butano
nos fuimos desnudando sin mucha convicción
-hacía frío aquella puta noche-. (Perdóname, lo dije por costumbre).
Viajé, fugaz, a tu interior oscuro
y me vestí deprisa,
aunque menos que tú –que tantas veces
tendrías que vestirte y desnudarte-.
Bajamos sin mirarnos
y te dejé apoyada en la niebla buscando otro cliente.

JARCHA

No entres, mama,
mi amado está en la cama.

Nunca supo su nombre –por entonces los nombres
estaban prohibidos-, sólo supo
que un corazón latía y el pecho no era suyo.
Y se soñó camino de sangre jubilosa
precipitando ríos de luz sobre la noche.
Nunca supo su nombre, pero creyó saberlo,
y confió al silencio su secreta certeza.
Un día el oleaje sediento de su carne
quiso entregarse al fin al tacto presentido.
Pero ya aquellos labios habían olvidado las caricias
y un presagio de sombras crecía de sus ojos.

Antes de la partida, se despojó de todo:
dejó sobre la almohada
la noche,
todavía borracha de sus cuerpos.
Repitió el ademán de acariciar su espalda
como si fuera el gesto de un condenado a muerte.
Y en el gélido rayo
donde iba diluyéndose el misterio de su piel somnolienta
colgó
la más triste mirada que una mañana nunca pudiera haber soñado.
Después cogió el paquete de panfletos,
compuso el gesto heroico, partió… y amanecía.

 De las rocas sale un capullo

Eran aquellas noches pálidas como muertas
y una inquietud tenaz iba invadiendo
el sueño adolescente de tu cuerpo.
Al despertar sabías
que el futuro es morirse poco a poco.
Ya decía tu madre que no leyeras tanto.

Las primeras derrotas:
esa mujer que nos abrió la llaga
de un beso deseado,
el vino que una tarde olvidamos beber,
la muerte, que una noche nos dejó vivos
y solos.

MELODIA DE LA CONTEMPLACIÓN

La miré:
mi sol ha sido.

La niña camina descalza por el río. Agua brillante
del mediodía. Sombra breve. La falda recogida con la
mano izquierda, sobre las rodillas. Cantan los ojos
negros y sonríe la boca cuando se vuelve y mira al
hombre que la contempla desde el viejo puente de
piedra. Es verano y en la orilla los zapatitos sueñan
olvidados.
Un poco más abajo, el rio desaparece entre la frondo-
sidad de sauces, avellanos, zarzas… La niña camina
en el sentido de la corriente y desaparece en el río.
Desde el puente, el hombre permanece con la vista
fija en el último brillo de las aguas, en el confín de
la sombra más extensa, por donde quizás la niña
regrese al cabo de unos instantes en busca de sus
zapatitos.

1988

Y tú estás ahí, siempre quieto, siempre en el mismo
lugar, asido a la contemplación de tu contemplación,
sumiso a la necesidad de estarte repitiendo
eternamente, viendo pasar los días y los seres y los
deseos, construyendo un desierto en tu mirada.

DOS EPIGRAMAS

"Serán ceniza, mas tendrán sentido”

(NICOTINA)

Te beso, te chupo. Tú
sabes de las preguntas que enmudecen mis labios.
Te devoro, te inmolo. Dicen
que tú también me matas -el amor
es así de cruel-. Te consumo,
te consumas en humo -ya, como yo,
cadáver-. Sólo que yo respiro
y sigo respirándote más allá de tu muerte.

Ha dicho el Papa de Roma
que es pecado usar la goma.

Vaina sutil, capucha delicada,
tierna armadura contra la desdicha
de quienes, débil chicha,
pagan con polvo al polvo su soldada.
¿Qué tienes tú que, ingratos, te abren ficha
-policiaco ejercicio-
y te tienen por símbolo del vicio
y es nombrarte nombrarles a la bicha?
¿Son acaso más nobles los zapatos,
los capuchones, guantes o dedales
y otros objetos tales?
¿Es tal vez más moral la escupidera?
Incluso si así fuera,
y mirando al pudor de los pacatos,
si la espada es tan fiera y tan malvada,
¿Será mejor desnuda que envainada?

La rosa en la noche

UN PAR DE PÁJAROS

(Agítense antes de leerlos)

PELÍCANO

pelícano

vUELO

I

Imposible
subir hacia el olvido, alzarse al espejismo de la
altura, abandonarse a la metáfora del aire; pues
ningún cielo es más que una esperanza. Todo ahora
está quieto. Las alas abatidas y el deseo tan alto…
(mas la caza al alcance).

II

Observador inquieto, este hombre, hecho a la medida
de todas las cosas, atestigua su ausencia -su
sensación de ser sólo silencio-.

I

Impasible el ademán, tu imagen de banquero, de
soldado marcial o de arzobispo. Quizás de dios
terrestre con ojo insomne, poseedor de todas las
miradas. Pleno de majestad, han detenido el tiempo,
y es tanta tu elocuencia que el pez acude, corre,
para escuchar tu prédica o tu canto. Así nutren las
víctimas la historia.

sUELO

FLAMENCO

flamenco

vUELO

I

Luz azul.
Un sueño melancólico y vacío: aire sin naves,

agua sin naves.

Naves se van -vaivén-, el sueño se detiene.
Y al fondo el sol en soledad, sin hora.

II

Inventar la realidad, oficio del poeta;
interpretarla, pretensión del loco.
Sus únicas creencias, el azar y la duda.
Su única patria el amar.

I

Trágicamente bello, esbelto esquema. Tu búsqueda es
un beso al enigma del agua de ese pico cruel y
enamorado. Emergerá, sin duda, el crustáceo,
alimento o amor –devo(ra)ción. Lo sabía Van Gogh:
la muerte habita en los más hermosos paisajes. Pero
siguen muriendo los cadáveres siempre. Esto es la
eternidad.

sUELO

AUTORRETRATO EN AMARILLO

Despojos
del tiempo
sobre la fotografía de un desaparecido.

AUTORRETRATO EN GRIS

Parece invierno ya
-los árboles desnudos-.
En la mirada de ese personaje
que una cámara un día dejó inmóvil
creo reconocerme: alguien que va
camino del silencio.
que parece venir (estar de vuelta)
de ningún sitio, que se apoya
melancólicamente
en la luz que precede a la nostalgia.

Hoy no dirás: mis ojos están fríos
y he escuchado un latido distinto de los otros,
ni: me duelen los callos de haber andado tanto
o: me noto las caries más grandes cada día.
Hoy no dirás, bajo pena de infamia:
vivir es una forma de hacernos la puñeta
los unos a los otros. Y tampoco dirás:
el mundo está mal hecho,
pero nadie sabría cómo hacerlo mejor.
Hoy callarás de nuevo
y arrastrarás un poco –como todos los días-
ese cadáver que te vive dentro.

Ya no eres joven, dice
ese espejo que miras
mientras vas recogiendo, aún medio dormido,
tu cuerpo y tu equipaje,
tras la noche buscando en otra piel
tu juventud perdida.
A tu espalda la cama,
las sábanas revueltas
-signos de una batalla
que, quizás como todas, ha sido una derrota,
porque los cuerpos jóvenes
no pueden transmitir más juventud
que ese instante de olvido en que tú mismo
dejas de ser tú mismo
(un momento feliz, pero fugaz)-.
El espejo te mira como un ojo implacable,
corrobora, insistente, que el tiempo nunca duerme
y que nada es eterno
y menos una noche.

Lo peor es que todo esto tú ya lo sabes,
por más que disimules
y guardes tu inquietud en la maleta,
envuelta en ese traje del que anoche
alguien elogió el aire
tan informal… tan joven…

(A la memoria de Jaime Gil de Biedma, de quien tanto aprendimos).

  

RENDICIÓN

Nunca pasé un invierno en Hiroshima
ni decidí mi muerte dejándome caer en una acera de Chicago.
Ya ni siquiera bebo ebrios instantes ni canciones
bélicas me inducen esperanza.
Sólo leo en mi piel
los besos azules de tus ojos
mientras espero que me traigan
un ancho cementerio para el eterno amor.

La rosa afirma el corazón sobre la roca
  

Querer mirar el mar
todas las tardes
y estrellar la mirada
con el páramo frío.
Y esta sed de los ojos que sueñan infinitos
ojos con que mirarse sin descanso.

  

CAMPO GRANDE

Vivir, áspero tacto. La hojarasca
desierta de este parque
revela pasos, ecos
de pasos ya pasados o de besos
bajo otras lluvias en otoños fríos.
Me mira melancólico el paisaje;
tal vez me reconoce, o quizás sólo
presiente la tristeza del paseante eterno
que ha tomado mi forma pasajera.
Yo soy, sin ser, aquel de aquellas veces,
un lejano reflejo que se aleja.
En los charcos burlones del paseo
una borrosa imagen me remeda
y en ella veo disolverse el tiempo.
Cierro los ojos. El presente duda.
La memoria implacable me lleva hacia el olvido.

  

Navegar por desvanes
donde tal vez amamos un pequeño misterio solitario.
Encontrar corazones de otro tiempo
que pudieron ser nuestros en días ya borrosos.
Explorar nuestra piel
tratando de encontrar algún tacto perdido
del que no recordamos ni la forma ni el nombre.
Nuestra sangre es un rio de memorias oscuras
donde todo es naufragio.

Algunas tardes te ocupas en sentirte triste.
Es muy necesaria cierta práctica
para no hacerlo de cualquier manera.
Elegir tardes grises, mirarse en el espejo,
pellizcarse la piel que cuelga de los codos
(se diría “pellejo”, de no ser porque aquí
no conviene la rima). Pasar lenta la mano
por la frente –marchita, no ahorrar tópicos-
como para borrarse el pensamiento.
Y evocar inconcretos –supuestos- tiempos felices, seres
ausentes.
Mirar tejados viejos. Contemplar
trozos de cielo sucio –o, mejor todavía,
fragmentos de poemas que nunca concluimos-.
Y, sobre todo, tenerse mucha, mucha lástima.

Todo es inevitable
como el tiempo.
Y tú ahora
presientes la tristeza como una flor
que sabe la derrota inminente
de su vida fugaz. Pero tú te deshojas
para mostrar desnuda
tu piel a mis deseos,
tus besos a mi lento dolor de solitario.
Sin embrago, me niego a ser feliz,
porque sé que esta muerte tan dulce que me ofreces
habrá de despertar mañana con nosotros.

Amor, qué fácil es volar
por la blanca paloma de tu mano,
por la inmensa extensión de tu mirada,
por el cielo infinito de tus besos.
Eso le dije y aquí estoy herido,
hecho casi pedazos contra el suelo.

Ahora te desnudas
como si fueras otro
y te miras
con pena de saber
que nunca ya ese gesto
será tuyo.

corazón dentro de la roca

En los ojos distancia
y el agua bulle feliz en la marmita.
Las pupilas se empañan de memoria.
Un sabor olvidade:
el paladar
ocupado por la derrota
como tras una guerra.

Señal:
una mano en alto.
Un pie tras otro
pie:
paso. ¿Huida o
regreso?
¿Saludo
o despedida?

  

PROCREACIÓN

Noche a noche, inventaba su historia cotidiana
y, con la nueva luz,
se entregaba al placer minucioso del olvido.
Hasta que una mañana
se olvidó de olvidar. Y desde entonces
odia a ese ser monótono que cada noche sueña
un personaje idéntico a sí mismo.

Hemos olvidado:
los labios –mas queda el beso-,
los nombres
-pero queda el poema-,
el amor
-y la muerte llama a la ventana-.

SOLEÁ

Ola sola –soledad-,
ola o lágrima de mar,
ola o lápida fluyente. –O losa sólo
o labio dado a la plana
plenitud solar del beso.

INTENTO DE TIENTO

Suerte o muerte. Apuesta
de todo tú contra ti.
Tu exacto acto postrero, tu pacto
contigo contra la rutina.
Total entrega al retornar eterno,
al tótem natural.
Y ya muerto, y ya yerto, y ya huerto,
tu tacto, tierra trémula,
tu hueso
sosegado.

  

RONDÓ

Poseía
poesía.

Alquimia frágil, la delgada voz del tiempo,
la imprecisa sensación del cisne, la leve
tibieza de la piel, la delicada
obra de orfebrería que tus ojos tejieron,
como si el sueño fuera la única existencia
ya.

Poseida
poesía.

CANTATA

Altas las
palabras. Las
alas a la sal
alzadas. Van ya
a la mar amarga,
al amar, amarga
amada.
Alzas
las palabras
al azar
a las alas, a las
salas aladas, hasta
la vasta, llana mar
amada, hasta la
nada. Al alzar
las palabras
hablan
al alba
al alma, a la blanca
calma cantan,
a la alta caza
alcanzan
al cantar.

Ahora sabes que veinte años no es nada,
aunque en veinte años caben muchos muertos.
Hoy otra primavera transita por tus huesos
que ya no son los mismos.
El rojo nuevo de las amapolas
anima la esquinas húmedas de tus ojos
y esta noche otra vez
bajarán los insectos para la orgía de tu sangre.